La puesta en marcha de la inclusión educativa refleja, en esencia, la respuesta
que los sistemas educativos (tanto a niveles macro como son la organización,
el currículo o el marco legislativo), como a niveles micro (centros y aulas
escolares) provocan en no pocas ocasiones el dilema de las diferencias
individuales. Dicho dilema, se vincula a la valoración que hacemos de la
diversidad humana  y hace referencia a la controvertida tarea de tratar de ofrecer a todo el alumnado igualdad de oportunidades en su aprendizaje y en la participación escolar. Las diferencias entre el alumnado a las que dicho dilema alude son bien conocidas por todos: género, capacidad, procedencia, identidad cultural, clase social, etc.
 Tomemos el ejemplo del género y hagamos un breve recorrido
histórico sobre cómo se ha pensado y estructurado la educación de hombres y
mujeres. De forma sintética y sin entrar en análisis profundos obseravamos
como, en un primer momento, se consideró que la educación escolar (lo que
esta significara en cada época y país) era necesaria para los hombres, pero no
así para las mujeres que se veían relegadas en el ámbito social a tareas
domésticas y de cuidado de los hijos/as. Cabría decir, como en otros casos, que en estos primeros momentos no había propiamente un dilema, pues se
prescindía de las mujeres como sujetos de educación. Como es bien sabido (aunque lamentablemente en muchos países del mundo
esta situación sigue siendo todavía hoy la realidad cotidiana de muchas
mujeres), la evolución de nuestros valores y concepciones sociales y
educativas llevó a las sociedades a enfrentar ese dilema con propuestas que
avanzaban algo en la educación de las mujeres si bien mantenían la
segregación de ambos géneros. En efecto, ofrecían una cierta educación a las
mujeres (ciertamente sólo a algunas de determinadas posiciones
socioeconómicas), pero más como un adorno social que como una acción
emancipatoria de su desarrollo personal y social. Luego, y tras un esfuerzo que
se prolongó hasta mediados del siglo XX, se logró el reconocimiento de
derechos a una educación igual a la de los hombres, al menos en su tramo
básico, pero de nuevo separados, pues para entonces se veía muy difícil,
contraproducente e inadecuado, la coeducación en un mismo centro. Los
profesores de entonces decían «no estar preparados para atender ritmos de
aprendizaje, motivaciones y formas de estar en clase tan distintos como los de
los chicos y las chicas». Por otra parte, el avance hacia posiciones más
igualitarias se ha hecho, en parte, a base de denunciar que la progresiva
«integración» de las mujeres en los sistemas educativos era bajo un modelo
donde lo masculino era lo mayoritario, lo más valorado y reconocido, y tras una
cierta idea de asimilación de los valores y formas de ser femeninos a los
valores y formas de ser masculinas en tanto que patrón de referencia social.
Sólo muy recientemente el dilema de la atención educativa a hombres y
mujeres se ha resuelto con opciones inclusivas, en las que todos y todas
tienen los mismos derechos, las mismas opciones y donde se asume que es
necesario adaptar las enseñanzas cuando sea necesario, a las necesidades de
las mujeres – tanto como a las de los varones – para promover el progreso
escolar de todos con vistas a una sociedad donde hombres y mujeres gocen de
iguales oportunidades, se reconozcan en su diversidad y se respeten por lo que
son.
Otras diferencias individuales han tenido una historia similar en el sistema
educativo y han estado condicionadas por concepciones y valores muy
semejantes a los que apreciamos en el caso del género. Las diferencias
culturales (indígenas u originarios de los países colonizados versus
colonizadores), las raciales (blancos versus negros), o las diferencias por
capacidad (alumnos normales versus alumnos especiales o con discapacidad).
La propuesta de construir sistemas educativos inclusivos debe ser vista,
entonces, como un paso más, tal vez no el último, de nuestros sistemas
educativos, para dar respuesta al dilema de las diferencias individuales en la
educación escolar. Es evidente que la resolución de algunos de estos dilemas
parciales ha evolucionado más rápida y consistentemente que la de otros. En
este sentido, por ejemplo, pocos cuestionan en la actualidad la conveniencia de
la coeducación en todas las etapas educativas, como tampoco se defienden las
escuelas raciales (aunque de facto eso es lo que ocurra en algunos casos). Ello
tiene el valor de que nos permite pensar y estudiar sobre cuáles han sido las
condiciones y elementos que han facilitado esta evolución, pues de ellos
podremos seguramente, aprehender líneas de acción relevantes para los
dilemas de las diferencias que van por detrás en esta particular historia
educativa.
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