Terminan las vacaciones de Navidad, y de nuevo volver a empezar. Parece que hace siglos que tuvimos las vacaciones, y sin embargo sólo llevamos una semana en el colegio, y uno tiene la sensación que se le acumula el trabajo y que no le han dado de sí las vacaciones.
Tantos proyectos para esos días y tan pocos cumplidos. Sin embargo, la vuelta nos resulta siempre gratificante, y sobre todo escuchar a los niños hablar de los Reyes, de cómo han estado a la altura de las circunstancias, y cómo a pesar de que la sociedad intenta ocultarlo, te dicen después de dar unas cuantas vueltas que el secreto de la Navidad es el nacimiento de Jesús.
Y ahora volvemos todos con un poquito más de fuerzas, y emprendemos los proyectos que iniciamos a principio de curso, y vemos los progresos que habían hecho los alumnos y el parón que se produce en Navidades y sin embargo la ilusión que supone participar en el proceso de enseñanza-aprendizaje continúa, a pesar de que muchas veces los resultados son muy limitados y los retrocesos son continuos.
Y ese es el día a día en un centro de educación especial, muchas ilusiones en lo que se hace y en ocasiones no los frutos esperados, pero aún cuando estos no son inmediatos, los profesionales que allí trabajan tienen la certeza que el fruto se recoge a largo plazo y que nuestra misión es sembrar y abonar.
Y es cuando uno menos lo espera, cuando empieza a ver resultados, y estos resultados a veces no corresponden con lo esperado, y es ahí donde está el cambio que se tiene que producir en la persona que trabaja en este tipo de centros, y este cambio es que cualquier cosa por pequeña que sea es un paso, y ningún paso es desperdiciable.
Es sólo desde el convencimiento de que todo niño tiene derecho a ser educado, desde el que se afronta el trabajo de cada día con gran ilusión, perseverando siempre y buscando lo más positivo que se pueda conseguir de la persona.
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